viernes, 14 de marzo de 2008

"Juan González, estudiante mexicano asesinado por Uribe"


Las bombas le destruyeron totalmente la cabeza y el rostro. Sólo se conservó un pie y una mano. Juan González del Castillo era un joven activo, conciente, pero sin antecedentes delictivos. Su pérdida es un “crimen de Estado” perpetrado por Colombia en suelo ajeno. Que el gobierno mexicano repudie “este crimen artero y cobarde” es lo que pide la mamá de Juan, a quien recuerda como un apasionado de los temas latinoamericanos y amante del Vallenato.
Las bombas le destruyeron totalmente la cabeza y el rostro. Sólo se conservó un pie y una mano que aportaran pistas. Y la ropa interior, una playera, y una pulserilla tejida a mano. Eso es lo que ha dejado un ataque militar a su hijo. Una agresión de Colombia que, por supuesto, no tuvo en cuenta que Juan González del Castillo era un joven activo, conciente, pero sin antecedentes delictivos, quien nunca estuvo preso en México ni en otro país.
Fue tranquilo, respetuoso, aplicado al estudio. Un investigador universitario que recurría directo a las fuentes, no se conformaba con los libros. Accedía a los eventos vivos. Así lo explican sus dos padres en entrevista exclusiva con Excélsior.
Por eso Juan emprendía viajes, visitas a otros parajes, dentro o fuera del país, en Chiapas buscando entrevistar a Marcos en su momento, o a Cuba, Ecuador, Venezuela, o donde sea, a congresos académicos. Interesado hasta el tuétano en América Latina.
No conoció Estados Unidos ni Canadá. No le motivaba.
Por esa inquietud, por esa disciplina emanada de las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en específico de la carrera de Estudios Latinoamericanos, era que Juan se desplazaba a donde fuera. Esa, su carrera, era el agua donde fue pez, su especialidad, algo perfectamente congruente con sus salidas.
Su pérdida es un “crimen de Estado” perpetrado por Colombia en suelo ajeno, algo muy lamentable para sus padres, Rita del Castillo, ama de casa, y Álvaro González, historiador de la Universidad de Chapingo, de donde conocía, pero no frecuentaba, a Jorge Morett, padre de Lucía Andrea, la joven que resultó herida en Ecuador.
Porque además Juan era hijo único. De 28 años. En abril hubiera cumplido 29. Apartidista. Criticaba a los tres partidos principales mexicanos por igual. Y amaba la música. Sobre todo el ballenato colombiano. Sobre esto haría su tesis, dice su madre. Y añade su padre, don Álvaro: “Mi hijo ya había terminado la carrera, estaba en proceso de hacer su tesis. Era un conocedor, como pocas gentes, de la problemática de Colombia”. Y se indigna: el bombardeo “es terrorismo del gobierno de Colombia, una réplica de los nazis que bombardeaban a los países vecinos”.
La señora Rita está un poco más tranquila que ayer. Dice estar segura en un “99.9%” de que ese cadáver que aún yace en la Morgue de Quito, Ecuador, a donde viajaron ex profeso, es Juan, su vástago. El titular de tal instituto, Marcelo Jácome, siempre los atendió muy bien. Algo que amortigua un poco el dolor, la sobrevenida tristeza. Que seguro comparte por igual la novia de Juan, descrita como “muy bonita” y estudiante también de la misma Facultad.
Juan habiendo recibido de su padre un apoyo económico por 600 dólares para financiarse su viaje a Sudamérica no imaginaba que nunca podría volver a ver a su chica, ni a su patria, cuando aquel 31 de enero de 2008 saliera con dos o tres de sus compañeros de facultad entre ellos Lucía Morett rumbo a Ecuador.
Para primero arribar al aeropuerto Mariscal Sucre, en Quito, en un vuelo de Copa Airlines. Para hablar con todo tipo de actores sociales y universitarios desde el día siguiente. Para participar entre el 23 y 24 de febrero en el Seminario “Vigencia del Pensamiento Bolivariano”, en la Casa de la Cultura en Quito. Y luego, entrar, entre el 25 y el 27 de febrero, en el aclamado Segundo Congreso Continental Bolivariano, con sede en Quito, en la Universidad Politécnica, así como en el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura.
Entonces dio inició el final de su camino. El 28 de febrero viajó a la provincia de Lago Agrio, donde se asentaba el campamento de las FARC, al que llegó en la tarde del día 29. Últimas horas de su vida, pues murió bajo el bombardeo del 1 de marzo. Tenía boleto de regreso a México justo para ayer, 11 de marzo.
Los padres, hospedados en Quito, han optado por acogerse a la ayuda y defensoría que les ha ofrecido el prestigiado Juan de Dios Parra, secretario general de la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (ALDHU). Con él planearán acciones especiales, las que sean conducentes, dice doña Rita, sin adelantar mucho.
“Antes que nada quisiéramos que nuestro gobierno se manifestara y repudiara estos hechos, ese crimen tan artero y cobarde que se llevó a cabo contra civiles, en suelo ecuatoriano. Eso es lo que queremos”. Empero, reconoce que el embajador de México en Ecuador los ha tratado bien.
A doña Rita, esperar los resultados de las pruebas de ADN le parece innecesario. “Sólo será meramente un trámite”, cree. La pareja esperará unos días más para hacer los trámites y regresar con el cadáver de su hijo a México.
—¿Ustedes conocían a los demás muchachos que estaban en la zona bombardeada?
—Yo anoche me entrevisté con la señorita sobreviviente, Lucía Morett, en el hospital militar, y ella me ratificó que además de ella había cuatro compañeros más, tres de la Facultad (de Filosofía y Letras) y otro muchacho, Soren Ulises, del Politécnico. Le pregunté si ella había visto a Juan, mi hijo, en el campamento. Y me dijo me sí, ahí estuvo. Que llegaron alrededor de las cinco de la tarde ese día, les dieron alimentos, y les indicaron dónde iban a dormir y al otro día íbamos a hacer nuestras entrevistas, pero al filo de la medianoche empezó el bombardeo.
—No tuvieron tiempo de desempeñar sus actividades.
—No, ninguna oportunidad.
—¿Él se había interesado en los movimientos, pero sólo en las teorías o era militante?
—No, no era militante. Su carrera le llevaba a estudiar los movimientos.
—¿Nunca les advirtió que quisiera hacerse guerrillero o enrolarse en ningún movimiento?
—No, señor, él era un estudioso, él era un intelectual, él leía mucho. —¿Y asistió al evento donde se discutió sobre Simón Bolívar en la Casa de la Cultura en Quito?
—Sí estuvo.
—Eso prueba que tenía convicciones de estudio y discusión…
—Sí, tenemos elementos para decir que anduvo entrevistando a varias personas en las universidades de Quito, nos han comentado varias personas.
—¿Qué día llegó él a Ecuador?
—El 31 de enero, directo de México. Era un hijo de familia que vivía con nosotros. Obviamente por su edad y nivel intelectual era muy independiente. Pero dependía (económicamente) de mi esposo, que es historiador también y salió de la misma facultad de Filosofía. Y es catedrático de la universidad de Chapingo. Yo soy ama de casa, ya no trabajo.
—¿Son ustedes amigos del señor Jorge Morett?
—No son amigos, ellos (Álvaro y Jorge) se conocían y eran compañeros de trabajo y se veían como compañeros, nada más. No muy cercanos. Ahora nos hemos unido en estas circunstanciaslamentables.
—¿Militan ustedes o su hijo en algún partido?
—No, en ninguno.
—¿Él era apartidista?
—Criticaba a los tres partidos de México.
—¿Tenía ninguna relación directa con las FARC, como se ha dicho?
—No, señor.
—¿Ni con ningún otro grupo armado?
—No. Cuando surgió el movimiento zapatista también viajó a querer entrevistar al subcomandante Marcos. Nunca supe si lo entrevistó o no, porque él era muy independiente y no le gustaba preocuparnos, que estuviéramos afligidos. Sólo nos decía: “voy a tal lugar”, y ya.
—¿Nunca tuvo problemas al manifestarse en ningún lado?
—No, señor.
—¿Actuaba dentro de los márgenes de la ley?
—Sí, señor. Era muy serio.
—¿Dejó hijos?
—No dejó hijos, lamentablemente. Porque me hubiera gustado que lo dejara, él era hijo único.
—¿Qué le diría al gobierno de Colombia?
—Muchas cosas, pero ya sale sobrando.
—¿Confían en la defensa del señor Parra?
—Sí, plenamente. Por las entrevistas que hemos tenido con ellos, y por su historial es muy serio. Nos lo recomendó gente de Ecuador.—¿Alguien, un político que les haya ayudado con esto?
—Ninguno se ha preocupado por nosotros.
—¿Su esposo no conoce al diputado Cuauhtémoc Sandoval? —No.

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