miércoles, 15 de abril de 2009

Vicente Cañas, el Cristo de los páganos

No fue crucificado, lo mandaron asesinar los fazendeiros del Mato Grosso. Llegó al Brasil como hermano jesuita y murió como un indio abrazado a los ídolos paganos.
Lo más común es ver cómo los indígenas caen rendidos a los pies de los misioneros y se someten a la voluntad del Dios Blanco todopoderoso. Pero pocas veces se ha dado el caso contrario, que un misionero abandone su fe y se convierta en un salvaje en toda la extensión de la palabra.
El día 20 de junio del 2002 abordé uno de esos “recreios” o barcos de carga y pasajeros que surcan el rió Amazonas. Tenía la intención de llegar hasta Manaos para encontrarme con los chamanes de la ayahuasca o los sabios que dominan los secretos del “vino de la muerte”. Desde mi época de estudiante de antropología en España era un tema que me obsesionaba y al que había dedicado mi tesis de licenciatura en la universidad de Alcalá. Las naves siempre van abarrotadas de viajeros porque los ríos son las únicas vías de comunicación en la selva y por eso hay que avivarse y colgar rápidamente la hamaca o de lo contrario se corre el riesgo de quedarse sin puesto. Además el hacinamiento es insoportable y hay que estar preparados para aguantar las mayores incomodidades. La nave cargada hasta los topes zarpó del puerto de Tabatinga al atardecer, y con un sonoro pitido de sirena se despidió de los ribereños. Lentamente fue avanzando como una gigantesca tortuga sobre las turbias aguas del Amazonas.
Me tendí en la hamaca y cerré los ojos intentando tranquilizarme en medio de tanto gentío pero era imposible abstraerse de tanto bullicio. Afortunadamente íbamos con la corriente a favor y el viaje sería más llevadero.
La primera escala la hicimos en el puerto de Tefé situado a un día de navegación. Intenté dormir pero los motores del barco rugían como fieras y el calor y esa humedad insoportable apenas me dejaban conciliar el sueño; sudaba copiosamente y me sentía muy agotado. Mi vecino, un joven caboclo, leía la Biblia y santiguándose murmuraba oraciones ininteligibles, una letanía que impregnaba el ambiente de tristeza. Y es que por este río vienen y van profetas e iluminados proclamando la venida del salvador y la pronta instauración del reino de Dios en la tierra.
En la madrugada comencé a sentir fiebre y a vomitar, me retorcía de dolor. Desesperado, lo único que deseaba era bajarme del barco ¿pero adónde ir en medio de ese río tan caudaloso? Mi vecino, el caboclo de la Biblia , preocupado por mi situación me ofreció un poco de agua y de comida. Me miraba compadecido pues tampoco sabía lo que me pasaba. Contaba las horas que faltaban para llegar a Manaos. Desgraciadamente la navegación en el río es lenta y perezosa y el tiempo se dilata una eternidad. ¿Sería tal vez el paludismo o la fiebre amarilla lo que me atacaba? El trópico se inocula en la sangre y lo posee a uno hasta la médula de los huesos. Al amanecer del tercer día por fin arribamos al puerto de Manaos, la capital del Amazonas. Yo apenas si podía tenerme en pie así que mi ángel de la guarda al verme tan desvalido me convidó al seminario donde estudiaba para que me restableciera.
Cargado por algunos seminaristas bajé del barco y me trasladaron en una camioneta al barrio de Cidade de Deus, una favela que se encuentra en las afueras de la ciudad. El seminario acogía a cientos de jóvenes que se preparaban para ser futuros sacerdotes. En medio de la tranquilidad y el silencio recobré poco a poco la salud. Qué curioso pues el seminario tenía el nombre de "Vicente Cañas". El superior de los Jesuitas me explicó que lo bautizaron así en memoria de un mártir de la evangelización.
Tras unos cuantos días de reposo ya me sentía mucho mejor. Ese domingo después de la santa misa fui invitado a compartir la mesa con todos los seminaristas. Mientras se arreglaba el comedor yo me entretenía admirando una exposición de objetos indígenas que estaban colgados en la pared. Me atrajo en especial la atención una serie de fotografías antiguas de diferentes tribus del Amazonas. Una en particular me resultó muy curiosa: se veía a unos niños de una tribu desconocida junto a un personaje de rasgos europeos desnudo y pintado con huito y achiote, era un blanco con el pelo adornado con plumas, los lóbulos de la orejas deformados y el pecho cubierto de collares de huairuro y conchas de caracol. Les pregunté intrigado qué quién era.
-Es el hermano Vicente Cañas- me respondieron a coro los seminaristas.
Este enigmático personaje quedó dándome vueltas en la cabeza y quise investigar un poco más sobre su historia. Aunque la comunidad ante mis preguntas apenas me daba vagas respuestas de beatitud y entrega a los demás en su misión evangelizadora truncada por un asesino. Pero en esa foto la mirada de Vicente no era la de un misionero que se disfrazaba para imponer una doctrina. Como mis preguntas les incomodaban, guardé prudente silencio.
Al día siguiente le rogué al superior que me permitiera consultar en los anales de la biblioteca ya que deseaba investigar más acerca del ritual de la ayahuasca sobre el que los misioneros jesuitas habían escrito extensos tratados- nótese que ellos han sido los pioneros de la antropología moderna y esto me interesaba para mis experimentos.- El padre puso a mi disposición las obras y me dejó a mi entera libertad. Hojeando los mamotretos encontré traspapelado un artículo de periódico que hablaba sobre ese tal Vicente Cañas. Se trataba de una entrevista en la que aparecía una foto suya semidesnudo, barbado y con el cuello repleto de collares, igual al retrato que vi en el comedor. El titular decía: "El ritual de vivir con los Enawene-Nawe". Subtitulado "la evangelización es una utopía” -Usted no puede anunciar a Cristo donde jamás él ha nacido. Creo que la iglesia no debería hablar de eso, porque, en el momento que está hablando de evangelización, está queriendo imponer una creencia, que el indio ya tiene”-
Ese fue el principio de mi apasionada aventura por desvelar los enigmas de este desertor del cristianismo. En mi pesquisa también hallé un diario sobre los Enawene-Nawe redactado por el jesuita Thomas Lisboa. Un verdadero tratado de etnografía escrito en el año de 1974 cuando se hicieron los primeros contactos por parte de la misión Anchieta con esa tribu. Las descripciones eran extraordinarias y muy bien detalladas acerca de la vida social y la práctica de los rituales.
Ya tenía una pista por quien preguntar. Supe que el misionero Thomas Lisboa estaba retirado en una de las residencias de la comunidad en el centro de Manaos. Postrado en su cama, pues sufría del corazón, me recibió con un saludo afectuoso y se puso a mis órdenes pues al notar mi acento español tal vez supuso que yo era un conocido de Vicente Cañas.
El padre Thomas fue uno de los integrantes de la misión Anchieta encargados de contactar las tribus perdidas en la jungla. Ellos eran el caballo de Troya de la civilización, enviados por Dios para iluminar la fe los salvajes. Gracias a Thomas conocí la historia de Vicente Cañas pues él fue su ayudante desde que llegó a Brasil procedente de España.
Vicente Cañas nació en el año de 1939 en Alborea un pequeño pueblecito de la provincia de Albacete, en España y desde muy temprana edad tuvo que ayudar a su familia trabajando pues la pobreza los acuciaba. Vicente Cañas se crió en la Mancha , una llanura esteparia situada en el centro de la península algo que marcó su carácter austero, humilde y trabajador. En su casa, como la mayoría de las familias en la época franquista, comulgaban con los preceptos del nacional-catolicismo. Esto le influyó bastante ya que hizo que se inclinara por la vida religiosa. Le gustaba servir a los demás y en especial a los más desfavorecidos. Creía fielmente en ese ideal mítico de la redención de la humanidad. Además en su sangre llevaba una herencia quijotesca que lo impulsaba a predicar como un apóstol más la palabra de Dios por los rincones más alejados del planeta. En su escuela tuvo como maestros a varios jesuitas que le inculcaron ese sentido de entrega e imitación de la figura de San Ignacio de Loyola. A principios de los años sesentas, recomendado por sus preceptores, ingresó en el noviciado de la Compañía en Valencia con la firme convicción de convertirse en religioso.
Por fin en el año 1965 recibió el crucifijo de misionero y juró dar su vida por engrandecer la gloria de nuestro señor Jesucristo. Su primer deseo fue exigirles a sus superiores que lo enviaran a tierra de misión para ver si cumplía su sueño de salvar el alma de los gentiles. La orden lo destinó a trabajar como hermano cocinero en el seminario Diamantino en Mato Grosso, Brasil. Durante tres años se dedicó a los oficios más sacrificados en nombre de Dios y por el bien de toda la comunidad. Hasta que en 1969 se presentó un hecho que cambiaría la historia de su vida. Una epidemia de gripa diezmó la tribu Pico de Pau. De los 600 miembros que la conformaban cuando los visitaron los funcionarios de la FUNAI, quienes los infectaron, no sobrevivieron más de 90. Las autoridades estatales le pidieron a la misión Anchieta que les ayudaran. Acudió el padre Antonio Isasi acompañado por Vicente Cañas como voluntario y permanecieron al lado de los enfermos casi un año. Vicente se dedicó de cuerpo y alma a intentar salvar a los supervivientes. En esa labor comprendió cual sería su verdadera misión.
Desde entonces se comprometió por entero a la defensa de las últimas tribus. En el año 1971 tuvo conocimiento de un viaje que estableció los primeros contactos con la tribu de los Myki que aún vivían en la edad de piedra. Èl se trasladó a sus dominios donde descubrió sin artificios lo que se esconde en lo profundo del alma humana. Es decir, la verdadera relación que existe con la madre naturaleza. Hizo una regresión en el tiempo olvidándose hasta de su propio yo adoptando los instintos de un ser prehistórico. Los Myki lo bautizaron por su entrega y amor por su causa con el nombre de Kiwxí (fruto del cielo). Vicente, aunque sabía de antemano que estaban condenados a muerte por culpa de la invasión de los colonos y las industrias madereras, quiso revertir la sentencia definitiva.
En el año de 1974 se integró la expedición que le llevó a él y a Thomas donde los Enawene-Nawe. La misión, por supuesto, tenía la finalidad de comenzar un proceso de evangelización de esos "hijos descarriados". Este personaje nacido en la llanura manchega donde es difícil encontrar un árbol en kilómetros y menos un río caudaloso ya estaba poseído por la selva amazónica. El contacto con estos pueblos perdidos le sembraba muchas dudas sobre el mito de la superioridad de la cultura occidental. Porque él pertenecía a un pueblo de conquistadores poco tolerante, poseedores de la verdad absoluta y prepotentes por naturaleza.
Despojarse de ese complejo de superioridad es muy difícil. Tenía que ir en contra de su educación, de sus maestros y, lo peor contradecir su propia fe, principios y formación religiosa. El hermano Vicente no era un erudito sólo le quedaba la intuición para escribir sus crónicas y diarios sobre sus experiencias con los Enawene-Nawe en las que se refleja un conocimiento profundo de sus amigos. Mientras conversaba con el padre Thomas y estudiaba los documentos que él me proporcionaba sentí el deber de limpiar de toda manipulación la memoria de Vicente Cañas.
Con Thomas Lisboa pasaba horas y horas hablando sobre las aventuras y anécdotas vividas junto a su escudero Vicente. Conocía muy bien a los Enawene-Nawe quienes habitaban en una reserva a orillas del río Jurelá en el Mato Grosso. La aldea principal estaba conformada por unas doscientas personas que nunca permanecían en el mismo sitio por más de dos semanas. Siempre estaban en movimiento con el fin de aprovechar mejor las tierras de cultivo donde sembraban la yuca, el maíz y recolectaban los frutos selváticos. Como no eran buenos cazadores navegaban por los ríos en grandes expediciones de pesca pues ellos pertenecían más al mundo anfibio.
Los Enawene-Nawe desde siempre han sufrido el ataque de los colonos que los tienen sitiados pues su reserva posee grandes recursos que los latifundistas y madereros ambicionan. Esas tierras las quieren invadir para hacerlas productivas y explotar la madera o convertirlas en campos de soja o de engorde de ganado. Pero los indígenas estaban dispuestos a defender a muerte sus límites naturales. En todo caso las buenas intenciones no bastaban para hacer frente al moderno armamento de los blancos que con carabinas y ametralladoras los amenazaban en las continuas escaramuzas de conquista. Incluso le prendieron fuego a la selva en un intento por exterminar esa tribu de salvajes enemiga del orden y el progreso.
La vida entre las tribus indígenas no es fácil. En primer lugar hay que gozar de una gran resistencia física y un alto grado de adaptación a un medio hostil. Uno debe renunciar a las comodidades de la vida civilizada; hay que viajar continuamente en canoa o a pie por los intrincados senderos de la selva e integrarse en la vida social de la tribu. Por ejemplo, danzar junto a ellos en los rituales y fiestas que a veces puede durar semanas enteras. Para conseguir esta adaptación biológica a Vicente Cañas le costó cinco años continuos sin salir de la zona. Una de las experiencias más importantes fue el momento de quitarse el disfraz de blanco ante la tribu. Desnudo las mujeres le dieron la bienvenida pintando su cuerpo con achiote y huito; le deformaron los lóbulos de las orejas con grandes cilindros de cerámica y le raparon el pelo con cuchillos de piedra para confirmar su segundo nacimiento. Desde ese instante se convirtió en uno más de la tribu que hombro con hombro trabajaba en las labores de la roza, la siembra, recolección de frutos o expediciones de pesca. Incluso hasta con las mujeres aprendió a tejer cestas y a modelar vasijas de barro.
Vicente no quería interferir en el desarrollo de la tribu por lo que mantuvo un inmenso respeto por su cultura. Defendió a ultranza el completo aislamiento del mundo exterior. Él sabía de antemano que cualquier contacto con la civilización brasilera sería nefasto y significaría su desaparición. Jamás habló de la Biblia o de Jesucristo con sus hermanos y para ser fiel a sus principios decidió retirarse a unos 60 kilómetros de la demarcación para no interferir más en la vida social de la tribu. En un igarepe construyó una choza en el que quería vivir al estilo de un monje de clausura. Aunque siempre se mantuvo alerta y a pecho descubierto se enfrentaba a los colonos y sus planes expansionistas. Renunció a su mundo y a sus raíces y sólo de vez en cuando tenía alguna comunicación por radio con sus amigos de la misión Anchieta o iba a visitar en su barco la aldea en la época de fiestas.
Vicente Cañas se volvió el más severo crítico de la evangelización. "Ese adoctrinamiento es fatal para cualquier tribu pues con el comienza la decadencia y la pérdida de la identidad". Con el paso del tiempo Vicente se dio cuenta que él se había transformado en un indígena más, que en su amada tierra manchega, donde nació, también lo era. Que la doctrina católica no es la única portadora de la verdad y no es necesario creer en ese Dios cristiano para ganarse el cielo. Ese Cristo crucificado y moribundo no pinta nada acá en medio del Amazonas donde los dioses son inmortales. El ya no serviría más de cómplice de una civilización que sólo ha demostrado rapiña y ansias de riquezas. ¿Cuántos pueblos han sido destruidos? ¿Cuántos millones han caído en este genocidio? Y ese fuego que encendieron los pirómanos ya era muy difícil apagarlo y esa tribu en estado virgen, la última tribu, estaba también en peligro.
Cada día se levantaba con los Enawene-Nawe a adorar al sol; espantaban las tinieblas y llamaban a la claridad para que tuviera clemencia de las criaturas terrenales. En todos esos rituales comprendió que la naturaleza y su materialismo eran más importantes que creer en un Dios abstracto cuya existencia se demostraba por medio de dogmas de fe impuestos por los intereses humanos. Encontró en los dioses indígenas una respuesta, renegó de sus principios y se dedicó de lleno a la defensa quimérica de los Enawen-Nawe. Con sencillez sin grandes discursos ni libros sagrados y sin siquiera escritura Vicente se convenció que en esa tribu carente de lógica ni leyes y en la anarquía más absoluta, se hallaba la felicidad.
“Hay que preservar la paz de la aldea. No pueden caer en este zoológico humano que es Brasil. Porque los Enawene-Nawe .tiene otra dinámica y no se cansan de andar de un lado para otro. Sin ese movimiento morirían al convertirlos en tristes seres sedentarios. Ellos no paran, no se quedan nunca en la aldea sin hacer nada. Además de eso, buena parte de su vida está dedicada a la continuidad de los rituales. Es una tribu completamente volcada en los rituales. Los rituales comienzan de mañana, en la tarde de madrugada. Son varios ciclos de rituales –unos más intensos que otros. Todo el año es así: dos o tres meses lo dedican a la cosecha, a la pesca, a la colecta de miel y fruta. Dentro de esa cosecha, dentro de cada trabajo hay todo un proceso ritual. Son mucho más religiosos que nosotros."
Thomas Lisboa me dijo que por ese entonces Vicente había decidido asumir el papel de "escudo humano" que garantizara la demarcación de las tierras de los Enawene-Nawe. Lo que significaba una verdadera declaración de guerra contra los hacendados y los madereros. Además él fue elegido como representante por la propia tribu para entablar una negociación urgente con el gobierno y salvaguardar los límites de la reserva ante la violenta actitud de los colonos. A partir de la época de lluvias los indígenas prometieron atacar a cualquier blanco que se adentrara en su territorio. Y así fue como en un enfrentamiento murieron flechados varios colonos que construían un aserradero en plena área protegida. Vicente Cañas fue señalado por los madereros y hacendados como el instigador de estas muertes y el principal obstáculo para llevar a feliz término sus planes. ¿Qué hacía ese extranjero en nuestro país sublevando a los indios?- A su cabeza se le puso precio y se inició su cacería.
El padre Thomas nunca sospechó que la ausencia de su amigo fuera alarmante pues se pasaba largas temporadas cual ermitaño sin salir de su choza. Tras un mes sin noticias de él supuso que algo raro le habría ocurrido y enseguida partió a su encuentro. Al llegar a su bohío notó que su barco estaba medio hundido y esta imagen lo llenó de malos presentimientos. Dentro de su casa y próximo a su hamaca habían varios objetos desparramados por el suelo: sus lentes hechos trizas, flautas pisoteadas, taburetes destrozados, una garrafa de miel volcada y tirados en la cocina sus papeles y escritos. Lo que indicaba una típica escena de violencia. Thomas gritó con desesperación su nombre una y mil veces a ver si le respondía y al no recibir respuesta alguna corrió presuroso a buscarlo entre la manigua.
No tardó mucho en encontrar en un claro un cadáver ya momificado que mostraba una herida en la región abdominal, tal vez, a consecuencia de una puñalada. Todas las señales apuntaban a un asesinato. El cuerpo llevaba anudado al cuello y en las muñecas los collares de plumas y las pulseras típicas de los Enawene-Nawe. No cabía la menor duda que se trataba de Vicente Cañas que además lucía un reloj en la muñeca del brazo izquierdo detenido a las 9:30 horas del día 9 de abril de 1987. Murió en el puesto de guardia que él mismo construyó para impedir la entrada de los colonos invasores.
Una sencilla piedra sacada del lecho del río marca el lugar donde lo enterraron envuelto en su propia red junto a sus collares y su machete. Grabado en ella se puede leer simplemente “kiwixi”

Epilogo
Un hecho muy lamentable se produjo el día 17 de marzo del año 2003 cuando en Albacete los escritores José Luis López Terol y José Carrión Pardo-dos reputados beatos- presentaron el libro “Kiwixi, tras las huellas de Vicente Cañas”. A esa ceremonia asistió el por entonces presidente de la Comunidad de Castilla la Mancha, José Bono, el padre Darío Moya, Provincial de la compañía de Jesús, el presidente de la Diputación y una larga lista de personalidades locales. En ese magno evento fusilaron la memoria y el legado de Vicente Cañas proclamándolo “Mártir de la Evangelización”. Los curitas y politicuchos quisieron apropiarse de su figura y acomodarla a los intereses de una religión de la que él abjuró en vida. “mártir jesuita de la fe y de la justicia” lo calificó el padre provincial Darío Moya quien ya ha presentado su candidatura como nuevo santo ante las autoridades del Vaticano. El presidente Bono fue categórico al afirmar que “Vicente representaba el quijotismo de la raza y de la fe”.
Al cumplirse precisamente hoy los ventidos años de su muerte los fazendeiros Chiquetti, Camilo Carlos Obici y Antonio Mascarenhas y el ex delegado de la policía civil de Juina Antonio Omar, directos responsables del asesinato, y los sicarios Martínez Abadio Da Silva, José Vicente da Silva y José Augusto, autores materiales del mismo, siguen libres y sin cargos. El crimen sigue impune.
2009-04-09

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