lunes, 4 de agosto de 2008

Recuerdos del Doctor Carlos Lleras Restrepo




In memoriam. La insurgencia ha dado profusas muestras, irrefutables además, de sus intenciones y su voluntad política en cuanto a buscar caminos de diálogo para encontrar la paz con justicia social. Una de ellas se evidenció, por ejemplo, en la persistencia durante varios años y a costa de la vida misma, en el proyecto de Unión Patriótica.
Hoy por hoy está clara la responsabilidad del Estado en la guerra de exterminio contra dicha organización surgida del anhelo de reconciliación de la guerrilla y de muchas organizaciones sociales y políticas que decidieron hacer el camino de la lucha abierta a partir de la firma de los Acuerdos de la Uribe, por lo que por entonces se denominó apertura democrática en Colombia, tropezándose, finalmente, con la intransigencia y criminalidad genocida de la oligarquía y sus aparatos de poder. Y hay que decir que no solo fueron los organismos oficiales y para oficiales del régimen conducidos desde el Estado los dispositivos activados para ejecutar, justificar y encubrir la matanza que cobró la vida de alrededor de 5000 dirigentes, militantes y simpatizantes de la UP; las altas dirigencias de los partidos tradicionales, sin duda, estuvieron también en conocimiento asumiendo por lo menos una actitud tolerante y complacida con el genocidio que se desató contra aquella experiencia y contra las esperanzas de paz que representaba. A su lado, como siempre, jugaron su infame papel de secuaces los grandes medios de comunicación, es decir de desinformación; en connivencia, en complot, en profunda colaboración coadyuvaban con el desenvolvimiento del criminal plan de aniquilación diseñado por el Pentágono y sus lacayos criollos. Mientras a ojos vista en muchos casos, los sicarios salían de las sedes militares y de policía, era a las “fuerzas oscuras de la reacción” – eufemismo de impunidad- a quienes se les asignaba la responsabilidad de los hechos, para al fin de cuantas no responsabilizar a nadie.

Detengámonos un poco en algunos aspectos alusivos a aquel tenebroso exterminio cínicamente bautizado como Baile Rojo por los victimarios, y que fueron traídos a la memoria por nuestro camarada Rodrigo Granda en una entrevista reciente, realizada por CRB-VR, en la que recordó al ex-presidente Carlos Lleras Restrepo:
“En el segundo semestre de 1.986 era evidente que el exterminio de los integrantes de la Unión Patriótica obedecía a un plan meticulosamente preparado y la ejecución tenía un solo centro de dirección.
La sospecha fundamental y algunos indicios sobre el gran número de asesinatos y masacres que se venían cometiendo en todo el país contra la oposición desarmada recaía, principalmente, sobre el alto mando militar ligado al narcoparamilitarismo que por entonces daba sus primeros pasos de monstruo sediento de sangre.
El Comité Ejecutivo de la Unión Patriótica, aunque pudiera intuirlo, no contaba con mayores elementos que comprometieran a otras instancias del poder, a dirigentes políticos, gremios o a potencias extranjeras en la eliminación sistemática de su militancia, que cobraba forma de manera vertiginosa; por ello se decide elaborar una agenda y nombrar una Comisión encabezada por Jaime Pardo Leal para visitar al Presidente Belisario Betancur y denunciar lo que estaba ocurriendo; se pensó además en acudir al Procurador General de la Nación y a varias personalidades cuyas voces eran escuchadas y respetadas en el país, entre ellos la del ex-presidente liberal Carlos Lleras Restrepo.
No se logró cambiar la actitud pusilánime y de silencio cómplice que Belisario Betancur había asumido desde el principio frente a la matanza, lo mismo que la nula actividad desarrollada por la Procuraduría y las altas instancia judiciales para investigar los hechos que se venían denunciando. Su displicencia era escandalosamente evidente; no así el rol de ciertos dirigentes del bipartidismo en quienes de alguna manera aspirábamos encontrar comprensión, sensatez y lograr su influencia para detener la carnicería. De tal suerte que una vez tomada la decisión, dejando un poco de lado nuestra aversión por oligarcas de los que uno sabe que por lo genera nada les importa el sufrimiento de los pobres, se procedió a visitar a Lleras Restrepo, trasladándonos hasta su residencia personal que fue donde decidió recibirnos luego de colocarnos por delante todas las exigencia de pompa en el vestir emperifollado que exigía el protocolo de la presencia en su palacete.
El hombre escuchó atentamente a Jaime Pardo Leal interrumpiendo por breves instantes sólo para precisar la información que requería, pues el panorama que le iba dibujando nuestro camarada era muy detallado, evidenciando el horror de las desapariciones, las torturas, los asesinatos y masacres que se venían presentando en campos y ciudades.
Pese a la terrible y descarnada exposición, ninguna expresión de sorpresa o rechazo reflejó el redondeado rostro de este personaje ya senil, de papadas protuberantes, a quien Jacobo Arenas llamaba “viejo zorro proyanky”, y al que conocíamos con el remoquete de Remache desde los tiempos en que al frente de la Dirección Nacional Liberal condujo la financiación de las guerrillas liberales que fueron a organizar al llano Franco Isaza y Eliseo Velásquez. Sus pequeños ojos, otrora rutilantes, ahora atrincherados tras sus lentes de carey, mientras escucha la tragedia de los nuestros se notan apagados; era como si Jaime Pardo le hablara a una mole inerte, inexpresiva, que sólo pareció recobrar vitalidad cuando tomó la palabra para precisarnos que él había sido Presidente y era partidario de un Estado fuerte y duro con la subversión, como el del estado de sitio que le tocó conducir.

Sentimos como si la narración de la barbarie que sufrían los pobres de Colombia cayera estrepitosamente en el vació. Nosotros parecíamos como seres extraños, de otro mundo, en la amplia sala de visitas de aquella lujosa mansión que Remache, el ex presidente, tenía en el exclusivo barrio Chicó de la capital de la República. En cierto momento mientras recordaba las condiciones de miseria en las que vive la Colombia profunda de la que hacemos parte y a la que pertenecían los muchísimos muerto de la UP por los que íbamos a solicitar una intervención piadosa del oligarca, hasta me llegué a sentir avergonzado por estar allí ante tanto boato asqueante; seguramente Jaime se sentía peor que yo. Pero nos habíamos decidido a ir pensando en los nuestros, pensando en la paz de Colombia; creíamos que quizás en el corazón de aquel personaje, pese a su historial como uno de los mandatarios del Frente Nacional, serviles a Washington, podríamos encontrar algo de sensatez. ¡Que ilusos éramos! Nuestro rechoncho interlocutor cerró la charla sin un solo gesto de condolencia, con una perorata en la que palabras más palabras menos expresó que “a la subversión hay que hacerle sentir todo el poder del Estado. He sido contrario a mantener pequeñas unidades de la policía o del ejército diseminadas en el territorio nacional porque siempre serán víctimas fáciles de la guerrilla… No creo que la fuerza pública esté comprometida en los asesinatos contra integrantes de la Unión Patriótica. Puede haber malos elementos que se presten a ello, pero como institución no. Conozco muchos oficiales y sé de su lealtad y profesionalismo. Si Usted Doctor Pardo, dijo vehemente, me presenta evidencias documentadas yo estoy dispuesto, a través de los editoriales en la Revista Nueva Frontera, a denunciar públicamente a los militares que puedan estar comprometidos en las actividades contra los activistas políticos de la Unión Patriótica”
Antes de retirarnos, aún guardando algo de esperanza, nos comprometimos a enviarle, en quince días, pruebas contundentes basadas en testimonios escritos, filmaciones y denuncias ante las autoridades presentadas por las víctimas o sus familiares, con nombres de personas asesinadas o desaparecidas, fecha, hora y sitio donde se presentaron los hechos, y demás elementos que pudieran ayudar a que el país conociera la verdad de lo que estaba pasando y se tomaran medidas que pararan la mortandad.
Antes de vencerse el tiempo sobre el compromiso adquirido, Pardo Leal hace llegar al expresidente Carlos Lleras Restrepo una abrumadora cantidad de pruebas sobre militares comprometidos en los asesinatos, masacres, torturas y desapariciones de personas. Aún con lo expresado por Lleras en defensa de lo que llamó un Estado fuerte, que no era otra cosa que el Estado represor y sin garantías civiles propio de su gobierno de estado de excepción, creíamos posible que por fin alguien, con poder de denuncia y capacidad para ser escuchado, iba a dirigirse a la nación para desenmascarar a los responsables del genocidio político y buscar que la acción de la “justicia” actuara a favor de las víctimas.
Efectivamente el ex presidente cumple la palabrada de editorializar en Nueva Frontera sobre el tema pero, ¡oh asombro el nuestro!, cuando lo que sale a la luz pública firmada por el Señor Lleras Restrepo es una defensa a ultranza de las Fuerzas Armadas, principal actor de la criminalidad contra la UP. Con pruebas en sus manos, este sujeto inmundo, escoria detestable de la vanidad oligarca, no sólo defendió a los asesinos sino que nada dijo de las víctimas ni en alivio de los dolientes.
El noble propósito que inspiró a Pardo en la búsqueda de caminos para frenar la matanza fue burlado por éste típico representante de la rancia burguesía criolla. Seguía siendo el mismo tiranuelo, que en un arrebato de despotismo ordenó ocupar con tanques de guerra el campus de la Universidad Nacional, el mismo que pasaba parte de sus realizaciones no al pueblo sino a Rockefeller y la fundación FORD, el mismo que obligó a los Colombianos a irse a dormir a las ocho de la noche del 19 de abril de l.970 decretando el “toque de queda” en todo el territorio nacional mientras fraguaba el fraude electoral que favoreció a Pastrana Borrero. Seguía siendo el mismo hombre que jamás aceptó los cambios en la sociedad colombiana y que aún después de muerto, como preceptor del decadente partido Liberal de Cesar Gaviria Trujillo, que en nada se diferencia en lo sustancial del Partido Conservador de los Holguín Sardi, ni de los que militan en la pusilanimidad que le hace loas al uribismo, sigue creyendo que el país es propiedad de la gente de su misma clase social.
Lleras y demás mandatarios de la calase oligárquica, con sus partidos tradicionales, son quienes han enquistado en su seno el esperpento del militarismo como concepción en la que militan los responsables del genocidio contra la UP y los artífices de la “seguridad democrática” y precursores la narcoparapolítica que hoy carcome todas las instituciones del Estado y de la sociedad colombiana llenando de luto y miseria al pueblo.
Al momento de la visita donde Remache, en nuestras listas ya habíamos registrado más de mil inermes militantes de la Unión Patriótica asesinados por el régimen mientras se esforzaban por mantener un experimento de oposición política a favor del pueblo, dentro de los linderos de la legalidad. Hoy, por cuenta de la oligarquía fascista y su terrorismo de Estado, la tragedia nacional es más macabra ¿A quien que conozca estas historias, entonces, se le puede ocurrir que podrían desmovilizarse las FARC sin antes lograr los cambios que se requieren para instaurar la paz con justicia social?
Modificado el ( ABP/31/07/2008 )

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