sábado, 30 de agosto de 2008

Cosas del Monarca Morado

Dedicado especialmente a Leonel Fernández Reyna, gobernador de colonia de la República Dominicana y presidente del partido morado. El monarca tiene “pico de oro”, cultura “moderna”, juventud relativa, inteligencia por encima de la “media” y especializada en “medios”.
No es un virtuoso de la ciencia y de las buenas artes, pero si un monarca virtual, con notoria capacidad para sustituir la realidad por lo imaginario. A lo Uribe, pero en Quisqueya,
Gusta mucho de hablar de ética, de moral, de austeridad, de lucha contra la corrupción, de combate a la pobreza, de progreso y modernidad…
Es un ser de los “nuevos tiempos”, de la etapa digital, del mundo global y globalizado a lo neoliberal, del entronque del periodo moderno con el postmoderno.
Creó un flamante Departamento Anticorrupción, una Comisión Presidencial de Ética, centros cibernéticos y laboratorios de computadoras; anunció programas de austeridad, planes para acabar con la indigencia y la pobreza y para proteger el ambiente, así como ambiciosos proyectos de educación y salud.
Así fue cuando subió por primera vez al trono ambicionado (1996-2000), cuando volvió a él luego de un breve descanso (2004-2008) y ahora cuando se quedó de largo sentado en esa majestuosa silla principal. Se trata indudablemente de un monarca coherente en el verbo y en los gestos, bien educado, correcto y de buenos modales y trato afable.
Adversario de las chabacanerías, las groserías y de la vida licenciosa. Alejado del tigueraje criollo, de las malas palabras y del mundanal ruido.
Todo cuasi perfecto, él con todos esos atributos y con la capacidad de “conceptualizar” en su quehacer político, como virtud exclusiva de su superdotado ser en una sociedad de políticos “mediocres”, según su modesto entender.
Solo que el Departamento Contra la Corrupción nunca funcionó.
Que la Comisión Presidencial de la Ética resultó meramente decorativa.
Que el dispendio y el derroche sepultaron las reiteradas promesas de austeridad.
Que el medio ambiente quedó maltrecho y contaminado por los areneros, granceros, envenenadores, hoteleros depredadores y saqueadores del patrimonio natural, no se sabe a cambio de qué.
Que la pobreza y la indigencia siguieron creciendo aunque los numeritos oficiales dijeran otra cosa y la salud y educación estén en los últimos lugares de la región.
Que cualquier aguacero deviene en tragedia social.
Que la modernidad se concentró en su pequeñita New Cork (su sueño proclamado) y la barbarie se expandió por todo el país.
Que la Policía Nacional pasó ser secuestrada en mayor escala por una casta de delincuentes uniformados.
Que sectores claves de la Dirección Nacional Contra Drogas se asociaron a los carteles colombianos y criollos de su predilección y se hicieron expertos en los productivos y trágicos “tumbes”.
Que el dinero de las drogas se introdujo en las campañas electorales, en las torres, en los centros de juego, en las bancas, en los moteles, en los “dealers”, en los centros nocturnos, en los Car Wash, en los terrenos con “vocación turística”, en el Congreso, en la Justicia…
Y el monarca impertérrito, repitiendo el mismo discurso, incluso con ribetes más “progre” cuando se trata de actuar escenarios internacionales.
El pus de la droga no cesó de ser denunciado por algunos atrevidos y el monarca siempre se quedó sordo y tranquilo, más tranquilo que Danilo (su adversario dentro del partido morado).
Sus funcionarios reciben reiteradas muestras de la podredumbre, y siguiendo sus sabios consejos no mueven un dedo.
Cuando brota sangre junto al pus y la droga hasta convertirse en escándalo, el monarca tiene el “fino tacto” de poner la investigación de los hechos en manos de aquellos que no movieron un dedo cuando fueron enterados de lo que podía suceder. Y entonces todo se queda igual, sin culpas ni culpables.
Uno de sus funcionarios recibe una institución con 120 millones en caja, con sus almacenes llenos de alimentos, y la deja saqueada y totalmente quebrada; y como “castigo” el monarca lo designa en otra con mayores posibilidades para ejercer el latrocinio. En ese orden el monarca es incapaz de echarle una “cuaba” a nadie. Es demasiado bondadoso y sumamente magnánimo y dadivoso.
Si un oficial resulta recto conduciendo una institución corrompida, supuestamente encargada de perseguir el delito, el monarca complace las quejas de los que se sienten incómodos por esa ocasional y rara rectitud. Ese oficial no era apto para investigar el brote de pus y sangre de la droga, menos aun para continuar en una dirección que de “contra” paso a “pro”.
El monarca habla lindo de la honestidad, pero los honestos son cuerpos extraños en su reinado de impunidad.
El monarca de todas maneras tiene un pico oro, una Fundación de oro con el nombre global, es inteligente, es moderno y postmoderno, es amante del progreso, es un virtuoso de lo virtual, siempre recomienda actuar con honestidad y siempre proclama combatir la pobreza respetando la riqueza robada y extraída del trabajo de los(as) demás. ¡Viva el rey hasta que lo tumben!
28 de agosto 2008, Santo Domingo.RD.

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