martes, 9 de diciembre de 2008

Comentando “La Paz en Colombia” de Fidel

(Parte I) Creo muy importante que el comandante Fidel Castro haya escrito y publicado su reciente libro “La Paz el Colombia”, revelador no solo de valiosas informaciones sobre relaciones cubano-colombianas de diferentes índoles y sobre ese y otros procesos, sino –y sobre todo- de aspectos muy singulares e importantes de sus convicciones, concepciones e iniciativas como estadista y líder político sobresaliente de nuestra América y el mundo.
Las informaciones, ideas y valoraciones vertidas en este texto posibilitan desarrollar a más profundidad el debate en torno a la historia reciente de las luchas en Colombia y a su importancia para el continente, sobre la razón de ser de la insurgencia revolucionaria en ese país y sus vínculos con Cuba y nuestra América, acerca de las posiciones de la dirección del Partido Comunista de Cuba ante determinados gobiernos, Estados y movimiento revolucionarios de Colombia y del continente, sobre las valoraciones del propio Fidel frente al rol del comandante de Manuel Marulanda y las FARC-EP, y en torno a los trascendentes problemas de la solidaridad revolucionaria, las relaciones intergubernamentales, la independencia y/o dependencia de las organizaciones revolucionarias respecto a los Estados y acerca de las tendencias hegemonistas en el contexto de la cooperación y la solidaridad.
El contenido de este libro trasciende el tema colombiano para incursionar y provocar serias reflexiones a propósito de las relaciones y razones de Estados y de gobiernos, sobre los vínculos entre fuerzas revolucionarias, la política diplomática y sus contradicciones respecto a la revolución más allá de las fronteras propias, esto es, como proceso continental y mundial..
Trae de fondo con fuerza temas como el de la fusión y/o separación de los roles del Estado, el gobierno, los partidos revolucionarios y los movimientos sociales; como el del impacto de las experiencias revolucionarias particulares sobre sus protagonistas y la presencia de ciertas tendencias a ver los otros procesos a través del condicionado lente nacional, como el de los vínculos entre hegemonía y seguidismo, entre independencia y solidaridad, entre el impacto y las tensiones de una visión cubano-céntrica y el necesario reconocimiento en profundidad de la diversidad de vías, métodos y alternativas revolucionarias.
Es esta trascendencia de lo estrictamente colombo-cubano lo que me ha motivado a escribir estas líneas, no sin dejar de reconocer que también me he sentido en el deber de dar a conocer, en relación con las informaciones y apreciaciones expuestas por Fidel, mis vivencias y valoraciones políticas sobre posiciones y actitudes sostenidas por las FARC-EP, el ELN, el gobierno de Andrés Pastrana y otros temas interés, incluidos algunos relacionados con el régimen de Uribe, la actualidad colombiana y continental.
Esto último me parece necesario precisamente por la posición que históricamente -y en el presente- he asumido no solo respecto al Estado narco-paramilitar-terrorista de Colombia y a sus diferentes gobiernos, sino también en torno a la solidaridad inconmovible con las fuerzas insurgentes y con toda la izquierda colombiana, así como mi aprecio y defensa de la revolución cubana como pionera de la segunda independencia, impactante manifestación de la herejía revolucionaria, expresión elevada del nuevo antiimperialismo y valioso e inconcluso proceso de orientación socialista.
Los libros de Alape y el testimonio de Jacobo Arenas
Saludo de todo corazón que Fidel haya incluido de manera tan relevante en su reciente obra, amplios párrafos de los valiosos libros, relativamente pocos conocidos, “Cuadernos de Campaña” y “Tiro Fijo: los sueños y las montañas”, de Arturo Alape y el “Diario de la Resistencia de Marquetalia” del comandante Jacobo Arena, que ponen en alto, desde su inmensa humanidad, el gran talento político y militar, las firmes convicciones revolucionarias y la militancia comunista ejemplar de nuestro inolvidable Manuel Marulanda Vélez.
Hacía falta que una voz tan autorizada e influyente en Cuba, en América y el mundo, de tanto valor ético e impacto político, recuperara para todo el movimiento revolucionario mundial y difundiera desde tan alta y leída tribuna esos hermosos y enjundiosos textos sobre la vida y las luchas de uno de los más destacado y formidable comandantes guerrilleros, quien sin dudas hizo historia y se convirtió en leyenda desde su condición de combatiente y conductor, durante 60 años ininterrumpidos, de una de las más larga y heroica rebeldía por la causa de la libertad, el socialismo y la emancipación del pueblo colombiano y de todos los pueblos del mundo.
Hacía mucha falta, sobre todo porque desde hace muchos años la figura de Manuel Marulanda y la organización que lideró han sido sometidas a la campaña de descrédito más perversa y mentirosa que movimiento revolucionario haya sufrido.
Los estigmas de factura imperialista, calificando a Marulanda y a las FARC de “terroristas”, “narco-terroristas”, “bandidos”…, repetidos hasta la saturación por medios poderosos, calaron tan hondo e hicieron tanto daño que terminaron contaminando amplios sectores políticos, incluidos una considerable parte de las izquierdas y de las fuerzas progresistas del continente continental.
o Las debilidades de la posición cubana frente al proceso colombiano y la cuestionable actitud de una parte de las izquierdas del continente.
Me consta que la dirección cubana no le hizo el juego a esas maledicencias públicas, pero no fue lo suficientemente consistente, firme y enérgica en ayudar a desmentirlas categóricamente como ahora lo hizo Fidel.
Más aun, aprecio que las buenas relaciones del gobierno de Cuba con el de Colombia - descritas en algunos de sus aspectos y situaciones por el propio Fidel, reforzadas y continuadas hasta el presente mediante determinados acuerdos de cooperación y vínculos políticos- dieron lugar a largos silencios y débiles reacciones desde la parte cubana, tanto frente a esa campaña calumniosa como respecto a la naturaleza mafiosa del Estado colombiano y las fechorías de sus gobiernos. Esto se acentuó durante los recientes periodos de Uribe Vélez, el más pérfido, narco-paramilitar y terrorista de todos los gobiernos recientes.
Por largo tiempo el gobierno, el liderazgo del partido y las organizaciones sociales de Cuba diminuyeron su beligerancia política frente al sistema dominante en Colombia, a pesar de su acentuado carácter oligárquico, pro-imperialista y represivo; a pesar de los altísimos grados de corrupción de sus instituciones civiles y militares y de sus conversión en una especie de narco-estado administrados por verdaderos narco-gobiernos… a pesar de su altísimo grado de criminalidad.
El Plan Colombia-Iniciativa, el Plan Patriota, las nuevas y recientes modalidades de la “guerra sucia” iniciada en 1948 y la creciente intervención estadounidense en ese país propiciada por los presidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, pasaron a ser temas marginales cuando no casi invisible en la agenda cubana.
Igual menguó progresivamente la línea solidaria cubana con el movimiento insurgente, pese a ser uno de los más legítimos y fuertes del continente, mientras creció la política de cooperación económica, la distensión bilateral entre los gobiernos y los acuerdos bilaterales entre Estados; lo cual se trasladó a la conducta de la fuerza política dirigente y todas las esfera organizada de la sociedad civil cubana.
En buena medida desde el PC de Cuba, desde las organizaciones populares y las instancias de solidaridad de la sociedad cubana, no se expresaban ni se expresan pronunciamientos y acciones de respaldo militante a la insurgencia y a la oposición de izquierda y progresista más allá del apoyo a los diálogos, a los intentos de salida negociada al conflicto armado, a los acuerdos humanitarios y a las iniciativa de paz.
Incluso no faltaron declaraciones del Canciller cubano de ocasión y del propio Fidel considerando no pertinente la lucha armada en Colombia, afectando así la posición de las organizaciones políticas-militares y su razón de ser.
El tono de beligerancia solo subía ocasionalmente cuando el gobierno colombiano de turno exhibía actitudes de hostilidad hacia el gobierno y la revolución de Cuba. Ese precisamente fue el caso del gobierno de Turbay Ayala, que dio lugar a una enérgica y combativa declaración de la Cancillería cubana, incluida en el libro de Fidel que estamos comentando.
En cuanto a posicionamiento político, un significativo silencio oficial y partidista cubano acompañó el periodo posterior al bombardeo criminal del régimen de Uribe contra el campamento de Raúl Reyes. Pero además ni al comandante Reyes ni a Manuel Marulanda se le hicieron en Cuba los merecidos homenajes, salvo las opiniones vertidas por Fidel en sus “Reflexiones”. Tampoco se sintió la reacción esperada contra el gobierno de Álvaro Uribe, que en estrecha alianza con los halcones estadounidenses y el tenebroso régimen israelí, perpetró esa y otras acciones deleznables.
Ojala las valoraciones hechas por Fidel en su nuevo libro ayuden a recuperar los lineamientos de solidaridad del Partido Comunista de Cuba, de las organizaciones sociales y las instancias de solidaridad cubanas hacia las fuerzas alternativas colombianas, insurgentes y no insurgentes.
Por otro lado –y con motivos y causas distintas a la del PC de Cuba- las actitudes de una parte importante de las izquierdas latino-caribeñas fuera del poder respecto al tema colombiano, declinaron aceleradamente en la misma magnitud que su evidente derechización; registrándose posicionamientos realmente oportunistas y hasta pusilánimes respecto a la insurgencia colombiana y especialmente frente a las FARC.
El chantaje de la derecha colombiana y de la administración Bush, el impacto de la feroz campaña mediática, unida al evidente debilitamiento ideológico de esa fuerzas (a su corrimiento hacia posiciones moderadas y pro-sistémicas), las condujo a renegar totalmente de la lucha armada y a distanciarse de los movimientos político-militares y de todo lo que oliera a pólvora o expresara una cierta radicalidad.
Entre los que tomaron esas pendientes los hubo quienes se esforzaron por excluir a las FARC de los espacios de coordinación donde participaban.
Recuerdo como la alta dirección del PT de Brasil, sectores hegemónicos en el Frente Amplio de Uruguay y la alta dirección del PRD de México, entre otras organizaciones, se empeñaron en excluir a las FARC del Foro de Sao Paulo, valiéndose de la existencia de una especie de derecho al veto en seno s de su Grupo de Trabajo o equipo coordinador.
En verdad, hasta ese penoso nivel de inconsistencia nunca llegaron a expresarse las posiciones del Partido Comunista de Cuba. Y es que las causas de las debilidades de la posición cubana ante el proceso colombiano son realmente distintas a las que produjeron esa lamentable actitud de esa parte ablandada de las izquierdas fuera del poder.
En éstas últimas predominó una línea intensamente reformista, una acentuada renuncia al proyecto revolucionario, una especie de acomodamiento institucional y sistémico, una profunda crisis de identidad, una marcada tendencia a la social-democratización y al social pendejismo, e incluso a no rebasar los límites de un neoliberalismo “light”. Se creyeron el cuento del “fin de la historia” y se hicieron permeables a la ideología dominante.
El caso cubano es otro.
En Cuba hay un problema estructural que indudablemente limita, amarra e impide el necesario desdoblamiento entre la política de Estado y de gobierno y la política del partido revolucionario y las organizaciones sociales, entre la coexistencia y cooperación con Estados al servicio de la gran burguesía dependiente y el necesario internacionalismo revolucionario.
Me refiero a la fusión del partido con el Estado y el gobierno, a la superposición de sus roles; y al control del Estado y del partido sobre todo el sistema de organizaciones sociales, medios de comunicación y espacios de relaciones y solidaridad internacional
Los cargos de dirección del gobierno desde el más alto al más bajo nivel, se confunden con los cargos en el partido.
El órgano del partido es el órgano de la política oficial.
La política exterior del gobierno es en alto grado la política exterior del partido.
La razón de Estado pesa sobre todo, arrastra e impone condicionamientos onerosos.
Las fronteras entre lo diplomático y lo político-revolucionario no están debidamente delimitadas.
Los roles, las funciones, repito, se superponen, se cruzan.
Esto tiene que ver con el modelo estatista vigente, que tiende a gravitar negativamente con fuerza y cada vez más, que genera burocratización, dogmatización y rigideces al paso de los años; que tiende a uniformizar la política exterior del gobierno y del partido.
Fidel, quien quizás ha sido uno de los líderes que más se ha esforzado por combinar su rol de estadista con su vocación revolucionaria, de todas maneras no ha estado exento de los condicionamientos señalados. El mismo lo confiesa cuando escribe:
“En cuanto al suministro de armas a los revolucionarios, nos ateníamos al carácter beligerante o no de los gobiernos de los países hermanos en relación a Cuba”. (La Paz Colombiana, Pág. 126)
Es decir, que lo determinante es la actitud de los gobiernos respecto al Estado cubano, independientemente de la naturaleza de esos gobiernos, de su carácter opresivo, de la represión y explotación que ejerzan contra sus propios pueblos, de su degradación política y moral.
Y esto realmente no se limita al suministro de armas, sino a muchas vertientes de solidaridad con los movimientos revolucionarios de esos países. Prima el nivel de tolerancia de sus acciones por los gobiernos de turno en sus respectivos países y el nivel de tolerancia de esos gobiernos al tipo de solidaridad externa., lo que reduce sensiblemente el perfil del apoyo político cubano.
Cierto que para Cuba el problema se ha tornado más difícil y complejo por la necesidad que tuvo -y tiene- de romper el criminal aislamiento y el bloqueo impuesto por los EEUU.
Pero de nuevo hay que hacer referencia al hecho de que el modelo estatista y la situación estructural e institucional señalada, le resta flexibilidad a los órganos dirigentes para poder combinar ambas líneas de trabajo y necesidades políticas desde instancias diferenciadas.
Además, en casos como el colombiano, convertido su Estado y gobierno en engendros perversos, es válido y necesario, sin deponer líneas de relaciones interestatales con otros países, contribuir activamente a su aislamiento y derrota, al triunfo del cambio revolucionario y/o progresista.
No es necesario abundar en otros ejemplos, respecto a otros países y situaciones, en el que se ha incurrido en fallas significativas parecidas en cuanto a la necesaria solidaridad.
Como también vale destacar a manera de contraste –y todas las informaciones ofrecidas por Fidel respecto al proceso centroamericano de finales de los ´70 y los ´80 confirman este acierto- lo extraordinariamente positivo de la aplicación en esos casos de políticas certeras cargadas de dignidad y solidaridad revolucionaria.
Otra cuestión que ha gravitado mucho en la concepción de Fidel sobre el proceso revolucionario continental y mundial, es lo que a mi entender es una sobre-valoración –posiblemente influida por el drama que ha representado para Cuba- del impacto negativo del derrumbe del llamado socialismo real y la desintegración de la URSS.
Pareciera como si después de eso el repliegue de la línea de subversión revolucionaria debería ser obligada y de larguísima duración, y como si cualquiera insurgencia que se planteara cambiar la esencia del sistema estaría impedida de hacerlo por el enorme peso de la “unipolaridad militar” a favor del imperialismo estadounidense. De ahí la frase “otra Cuba no es posible”, junto a algo que se asemeja a una visión marcadamente posibilista.
Y pienso que eso no es así, pese a todas las adversidades creadas por ese cataclismo político. Veamos:
-Las FARC y el ELN pudieron crecer muchísimo después de esos acontecimientos.
-Hugo Chávez y los militares bolivarianos de Venezuela se levantaron en armas y produjeron un formidable cambio en la correlación de fuerzas.
-El EZLN irrumpió con una insurrección muy original, para crear una nueva situación en México, pendiente todavía de un desenlace mayor.
-La insurgencia social indígena sin armas de fuego se ha convertido en un factor transformador, en una gran acumulación subversiva.
-Los pueblos se han lanzado a tumbar presidente al margen de las elecciones, creando situaciones novedosísimas que posibilitan reemplazar instituciones decadentes y crear nueva institucionalidad.
-Muchas veces ha faltado el armamento para vencer la represión y avanzar.
-Los cambios progresistas por elecciones no han estado al margen de todo esto. Más bien son consecuencia de esas luchas extra-institucionales, que por carecer de acumulación militar le imponen ciertos límites que le impiden producir cambios más radicales.
La oleada es amplia, tienen impronta continental y mientras más potente y más integral sea la acumulación de fuerzas por el cambio, más profundos y extensos pueden ser sus resultados. Todo esto tiene más sentido y mayores posibilidades en medio de la gran crisis que estremece el orden capitalista mundial.
En tales condiciones, donde hay construcción significativa de fuerzas militares alternativas, no me parece correcto pactar para quedar al margen del poder, aceptando la hegemonía de las derechas y de las clases dominantes-gobernantes con nuevo consensos y modalidades.

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